"A los nuevos profesores les diría que no piensen en otra cosa que no sean los alumnos, que son lo mejor que tienen y que con ellos van a disfrutar al máximo".
Será difícil que Adolfo García Ruiz (el 'profe' Adolfo) olvide esta semana. El lunes 28 de enero puso fin a casi 42 años de docencia en el Colegio San Fernando, una vinculación al centro que se remonta a sus años de alumno en el antiguo edificio de La Magdalena. Alumnos y compañeros le tributaron un sencillo pero emocionante reconocimiento con un largo aplauso en las escaleras y el vestíbulo de entrada al centro, acompañado por su nombre coreado por las voces de los niños. La emoción que lo embargó entonces aún aflora días después, mientras recuerda lo vivido en el San Fernando.
¿Cómo fueron tus inicios en el Colegio?
Entré en el curso 77-78 sustituyendo a la profesora Eugenia Franco. El curso siguiente también estuve sustituyendo a Elena Franco, su prima, y fue a partir de entonces cuando entré fijo en plantilla, en el curso 79-80. Casi 42 años de docencia. Antes, había estudiado en el colegio antiguo. Entré en el año 63, e hice desde Preparatoria hasta el COU que se hacía entonces. Toda mi niñez pasó en el colegio de La Magdalena. Luego tuve la gran suerte de que Don José (y de igual manera se lo quiero agradecer a Doña Marisa) se acordó de que unos alumnos habían hecho Magisterio y se puso en contacto con nosotros. A raíz de eso hice la sustitución de Eugenia.
Háblanos de ese grupo de antiguos alumnos que se convirtieron en profesores.
Chema (García), Roberto (Cuervo-Arango), (José Ramón Pérez) Varela… todos habían sido antiguos alumnos del Colegio, como Carlos Ortiz. Habría que añadir a Alonso, Juan Huerga, Saturnino, que en paz descanse... todos habían sido profesores o al menos conocidos de La Magdalena, con lo cual esto seguía siendo una gran familia. Coincidí con gente encantadora, tuvimos la suerte tener los mismos gustos y creamos lo que posteriormente sería el Club Sanfer, que aparte de ser un grupo de amigos fue mucho más: fue una institución, primero para nosotros como compañeros, pero también para el propio centro y, sobre todo, para los alumnos. Ésta era nuestra prioridad, que fuera algo para su disfrute y el Colegio no fuera sólo una máquina de enseñar, sino algo más. Gracias a aquellos primeros esfuerzos que hicimos para mantener el Club Sanfer surgió lo que es el Sanfer hoy día. Muchos monitores actuales fueron alumnos nuestros que siguieron vinculados al Colegio gracias a este proyecto tan potente que tenemos.
¿Es una de las iniciativas de las que te sientes más orgulloso?
Sí, sobre todo de una de sus actividades: el campamento. Aparte de amigos éramos familia, y lo seguimos siendo. El convivir durante 33 años con un grupo de personas para mantener 220 acampados todos los años, con sus familias apoyándonos, con los niños dándonos las mayores alegrías... eso es inolvidable. Y la semilla perdura. Por ejemplo, antiguos monitores nos han pedido recientemente las programaciones que teníamos para hacer una despedida de solteros, marcharse un fin de semana a un cámping y organizar un campamento con las canciones que se cantaban entonces, los juegos... Y luego estaban las gratificaciones de los padres cada año, cuando te mandaban un mensaje de felicitación o una carta dándote las gracias. O entidades como las portuguesas de Miranda do Douro, que nos mandaban felicitaciones agradeciéndonos el buen comportamiento de nuestros alumnos. Estas cosas te llenan y han sido un hito en mi vida.
¿Con qué te quedas de todo lo vivido?
Lo más importante es que he trabajado en lo que me gusta. Para mí, venir a trabajar no era venir a trabajar, era venir a disfrutar de mi trabajo, de mis alumnos. Y podía tener los mayores problemas, que cuando llegaba al aparcamiento y cogía mi maleta para subir a clase, cuando me encontraba al primer compañero o al primer alumno, ya los problemas desaparecían de mi vida y aparecía el Adolfo bromista y cercano. Lo más importante para mí han sido los niños. Mucha gente dice que ha educado a alumnos, pero yo no he educado a alumnos; se han educado ellos, y yo he podido disfrutarlo. Es lo que tengo que agradecer tanto a los padres que me han permitido disfrutar de lo más bonito de sus hijos, su niñez, y eso no se da a nadie, eso no se regala.
Te emocionas...
Sí, porque estoy hablando de lo que he vivido, y cuando vienes a trabajar y tienes un equipo de gente como el que he tenido... no digo nombres porque me fastidiaría olvidar alguno, pero faltan personas que han fallecido que para mí han representado un hito en mi vida. Han sido compañeros maravillosos y me gustaría tener un recuerdo para ellos. He tenido una gran suerte con todas las personas que he trabajado: profesores, personal de mantenimiento, Secretaría, personal de limpieza, todos los equipos directivos con los que estuve... Hasta los jefes, con los que me siento muy identificado porque además fueron alumnos cuando yo era profesor, con lo que eran casi como mis hijos al mismo tiempo. También destaco al personal de cocina, con el que compartí 31 años de comedor, al comienzo junto con Alonso, que éramos los encargados del comedor en aquellas épocas.
Muchas horas en el Colegio...
Yo llegaba a las ocho y media de la mañana y había días que marchaba a las siete de la tarde. Pido un poco perdón a mi familia porque les he quitado horas, tiempo de verano, de vacaciones, porque marchábamos para el campamento y ese tiempo se lo quitaba a ellos. Pero no me arrepiento, porque sé que ellos comprendían que era la actividad que realmente queríamos hacer, que era mi profesión y que lo hacíamos por cariño.
La jubilación de vuestra generación ha conllevado la incorporación de nuevos profesores al centro. ¿Qué les dirías?
Que disfruten de lo que hacen, que no piensen en otra cosa que no sea los alumnos, que no sean egoístas, que no piensen en ellos, sino que lo mejor que tienen son los alumnos y con ellos van a conseguir disfrutar al máximo. Y que no merece la pena perder el tiempo en cosas que tapan el bosque, que no miren el momento presente, sino el mañana o incluso un poco más adelante; que tienen la gran ventaja que este es un gran colegio que se ha formado a base del esfuerzo de todas las generaciones anteriores, y que esto no hay quien lo tire abajo.
Salimos del aula donde tuvo lugar la entrevista y Adolfo recorre los pasillos como siempre hizo, gastando bromas y repartiendo abrazos entre quienes hasta hace sólo unos días eran sus alumnos. Ahora tendrá más tiempo para disfrutar de otros placeres y aficiones, como caminar por la montaña, ir a pescar, restaurar viejos muebles y automóviles, y apuntarse a algún curso de cocina o de informática, además de devolver parte del tiempo a la familia y seguir compartiendo momentos con esos amigos de siempre, unidos desde la infancia por su Colegio, el San Fernando.